Aprovechemos la placidez
del verano, del sol y la brisa,
para ejercitar un poco
la imaginación. Empecemos
imaginando un país donde el
18% de la población está desempleado.
Un país con escándalos políticos,
fraudes y cohechos que cada
cierto tiempo sacuden las primeras
planas nacionales. Imagina que ese
país es fuente y víctima de un terrorismo
provocado por antiguas tensiones
territoriales.
Un país con el índice de fracaso
escolar más alto de su entorno. Un
lugar del que los talentos más destacados
huyen en busca de entornos
más favorables donde desarrollar su
potencial. Un país sin apenas industrias
innovadoras porque el énfasis
gubernamental siempre se ha puesto
en políticas económicas de bajo
perfil. Un país de mano de obra, con
una población orgullosamente no
cualificada.
En ese país imaginario, las televisiones
públicas cambian de manos
caprichosamente, según quién
gobierne. Allí el pueblo acepta con
normalidad esta instrumentalización
propagandística al grito de “¡en
todas partes cuecen habas!”. Imagina
que ese país tiene su historia
reciente enterrada en las cunetas,
asesinada y anónima, porque no
es capaz siquiera de gestionar su
propia memoria, de perdonarse
y asumir su vergüenza. ¿Para
qué?, dirían quizá sus habitantes,
nos va bien como estamos. Y, desde
su punto de vista, tendrían razón,
porque ese país sería el octavo
más rico del mundo.
De algo ha servido destruir
buena parte de sus costas y bosques
para levantar decenas de
resorts y kilométricos campos de
golf. Y el dinero, ya se sabe, todo
lo cura. Menos la ignorancia,
cierto, pero al ignorante eso poco
le importa.
Si ese país existiera, estarás de
acuerdo conmigo, convendría
que sus habitantes más jóvenes,
los que aún tengan ganas y arrojo
para no conformarse, se parasen
El país
imaginario
El 18% de la población
está desempleado
y hay escándalos
políticos y fraudes
Tiene el fracaso
escolar más alto
de su entorno y
los talentos huyen
a reflexionar en todo esto. Porque
quizá así un número suficiente de
personas llegase a la conclusión
de que ya es el momento de reinventar
ese país suyo. De crear un
lugar más justo, más culto y generoso.
Un lugar al que los cerebros
fugados puedan regresar; donde
los valores, y no el dinero, sean
el pilar que sustente la sociedad.
No sería tarea fácil, por supuesto.
Haría falta mucha imaginación.
Y, por eso mismo, convendría
ejercitarla.
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